[Aa-Th, 425 B]
Esto
era un tratante que iba todos los jueves a la feria. Y tenía una hija que se
llamaba Elena. Y todos los días que iba a la feria le traía una rosa. Pero la
última vez se le olvidó a su papá la rosa. Y un señor que venía con él, le
pregunta:
– ¿Cómo
es que se vuelve usté?
– Es
que tengo una hija que cada vez que vengo a los mercaos le llevo una rosa.
Y aquel
señor se enteró.
Al
sotro día a la mañana, se presentó debajo del balcón donde estaba la Elena. Y
le decía:
– ¡Elena!
¡Elena!
Y ella
no contestaba. Y le seguía diciendo:
– ¡Tú
háblame una palabra, que todo te se ha de arreglar!
Y
volvió dos o tres mañanas, pero, como la muchacha no le hacía caso, no volvió.
A Elena,
que era hija sola, se le metió en la cabeza de que se iba a servir.
Y le
dice su mamá:
– Para
esas cosas tengo yo que contar con tu padre, que no sabes ni bordar ni hacer
nada, y no sé dónde vas a ir.
Conque,
claro, llegó su padre y se lo contó todo la madre. Y el padre decía:
– Bueno,
bueno, si se empeña dejarla: ¡qué espabile!
Conque
se marchó a servir y fue pidiendo de casa en casa como criada. Y llegó al sitio
de ese señor. Y cuando llegó a su casa, le dijo la madre de ese señor:
– No,
señora, porque tenemos tres o cuatro criadas.
Y le
dijo el señor a su madre:
– ¡No
está mal porque coja usté otra!
Bueno,
pues la llamó la señora y entro pa dentro.
Tenían
cuatro criadas y, claro, el muchacho veía claramente que la Elena era la última
que había entrao y era a la que más quería (porque la pretendía el muchacho).
Las
criadas, al ver que no las querían tanto como a ella, van y le levantan un
falso: que Elena se atreve a lavar todos los colchones del palacio.
A la
mañana llama la señora a Elena y, claro, la muchacha no sabía.
– Mira
lo que dicen las criadas: ¡que se atreve usté a lavar todos los colchones del
palacio!
– ¡Si
lo dicen las criadas, verdad será!
–decía ella.
Total,
que le cargaron la carroza aquella de colchones y se marchó su camino alante. A
la mitad del camino le salió el hijo del rey y de la reina y le dijo:
– ¡Elena!
¡Elena! ¡tú háblame una sola palabra, que todo te se ha de arreglar!
… Pero
no le hablaba. Y le dice:
– Toma
esta varita de las virtudes y cuando llegues al sitio donde lavar los
colchones, dices: ¡Pajaritos del mar, unos a lavar y otros a secar!
Conque
ya se hizo de noche. Y las criadas decían:
– ¡Esa
ya no vuelve! ¡A esa se la comen los bichos por ahí!
Conque,
ya tarde, la ven venir con todos los colchones lavaos. Y decían las criadas:
– ¡Hay
que mirar de echarla de aquí!
Le
levantan que se atreve a llenar todos los colchones del palacio de plumas de
pájaro.
La
llama por la mañana, a Elena, y le dice la reina:
– Mira
lo qué dicen las criadas: ¡que te atreves a llenar todos los colchones del palacio
de plumas de pájaro!
– ¡Si
lo dicen las criadas, verdad será!
–Decía ella.
La
cargan con los colchones otra vez..., y al sitio. Y le sale el muchacho y le
vuelve a decir:
– ¡Elena,
Elena! ¡Tú háblame una sola palabra y todo te se ha de arreglar!
… Pero
que no le hablaba. Y decía él:
–
Cuando llegues al mar, vas y le dices a los pajaritos: ¡unos a pelar y otros a
llenar!
Conque
aquella noche vino mucho más tarde. Y decían las criadas:
– Esta
ya no viene. ¡A qué santo!
Y entró
con los colchones llenos de plumas de pájaro. Y cada vez la querían más allí.
Pero lo que quería el hijo es que le hablara, pero no le hablaba la tía coña…
Y
resulta que se había muerto la abuela de aquel muchacho, la mamá de la reina, Y
la tenían en un encanto. La tenían con un lobo, una serpiente..., en fin,
muchos bichos que estaban guardando la cajita. Y también había un viejecito
encima de la cajita donde estaba la viejecita ya muerta.
Y las
criadas le levantaron un falso:
– ¡Dice
la Elena que se atreve a desencantar a su mamá del encanto en que está!
Sale a
la mañana y, claro, se puso a llorar en unas peñas. Y él le decía:
– ¡Elena,
Elena cómo te dejas emborricar de las criadas! ¡Tú háblame a mí una palabra,
que todo te se ha de arreglar!
Pero no
le hablaba. Y decía él:
– Toma
esta llave de la habitación donde tiene ese encanto mi abuelita. Coges esa
carne y se la echas al lobo; esta leche, a la serpiente...
Conque
llegó y agarra la cajita con mucho cuidao. Y le dice el viejecito:
– Lobo:
¡cógemela!
– No,
que me dio carne.
– Serpiente:
¡cógemela!
– No,
que me dio leche.
Total,
que la cogió. Candó la puerta y llegó a donde estaba el otro y le dio la llave.
A la
noche, cuando llegó a casa, llegó con la cajita. Y decía la reina:
– Ahora,
Elena, ya no eres criada, que eres hija. Mañana, si Dios quiere, se va a casar
mi hijo. Tú vas a ir a la derecha de mi hijo como si fueras hija.
Al irse
a casar, se marcharon en la tartana que fueran y todas las criadas llevaban una
vela; y la Elena llevaba un cirio. Las velas de las criadas iban todas muy bien
encendidas, muy guapas; la de la Elena, mustia, mustia... Y según iba la Elena
a la derecha y su novia a la otra (que se iba a casar con esta de la izquierda),
le dice el novio:
– ¡Ay,
Elena, ¡qué triste va esa vela! ¡Qué triste va esa vela!
Y ya le
contestó; y le dice:
– ¡Más triste
va el corazón y quien la lleva!
Y dice
él:
–
¡Ahora ya no me caso con esta, que es contigo!
Y se
casó con la Elena y dejó a la otra… y se acabó el cuento.